Un sofocante martes de julio de 2024, los habitantes de Catania, la segunda ciudad más grande de Sicilia, se encontraron con un adversario inesperado: una espesa capa de ceniza volcánica que descendía del imponente Etna. El antiguo volcán, el pico activo más alto de Europa, desencadenó una potente erupción que envió nubes de ceniza que se elevaron hasta 8 kilómetros en el cielo, según informó el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología.
La erupción, considerada una de las más intensas de los últimos tiempos por el Observatorio del Etna en Catania, paralizó la bulliciosa ciudad. Ciudadanos y turistas se vieron sorprendidos y recurrieron a medidas improvisadas, como el uso de paraguas y periódicos para protegerse de la ceniza que caía.
En respuesta a la crisis, las autoridades locales aplicaron rápidamente medidas de emergencia. El alcalde Enrico Trantino prohibió durante dos días la circulación de vehículos de dos ruedas e impuso un límite de velocidad de 30 km/h a los coches para garantizar la seguridad en las carreteras cubiertas de ceniza. Se encargó a los vecinos que recogieran la ceniza de sus casas y la depositaran en los contenedores designados para la recogida municipal, fomentando un esfuerzo de limpieza en toda la comunidad.
El impacto de la erupción se extendió más allá de las calles de la ciudad hasta el aeropuerto internacional de Catania. Las pistas cubiertas de ceniza obligaron a suspender temporalmente todos los vuelos, muchos de los cuales fueron cancelados o desviados a otros aeropuertos sicilianos. Tras intensas operaciones de limpieza, el aeropuerto reanudó sus servicios esa misma tarde.
Esta reciente erupción no es un incidente aislado del Etna. A principios de mes se produjeron eventos similares los días 4 y 15 de julio, lo que subraya la persistente actividad del volcán. Las frecuentes erupciones del Etna están documentadas desde el año 425 a.C., lo que lo convierte en uno de los volcanes más estudiados del mundo.
A pesar de los retos que plantea vivir a la sombra de un volcán activo, las zonas que rodean el Etna siguen estando densamente pobladas. El fértil suelo volcánico sustenta una agricultura próspera, creando una compleja relación entre la montaña y sus vecinos humanos. En reconocimiento de su importancia geológica y cultural, la UNESCO incluyó el Etna en su Lista del Patrimonio Mundial en 2013.